La muerte nos pisa los talones. Y se presenta de múltiples formas.
El departamento que voló en el edificio de la Avda. Pueyrredón y Mansilla nos muestra que no sólo hay una inclinación perversa en muchos habitantes que buscan la muerte, la destrucción, sino que además en ello, son capaces de arrastrar a propios y ajenos.
En una convivencia urbana como en un grupo o familia, importa y mucho la actitud de cuidado que cada uno tenga hacia los demás, sean o no convivientes. Cuando ese cuidado básico falta, la destrucción entra por la ventana, irrumpe el síntoma, el delito, el abuso, el maltrato, el accidente y todos los males con los que ya no asusta convivir.
La muerte como las actitudes destructivas hacia otros se ha naturalizado. Aparece la alarma frente a los noticieros, durante una hora por la tarde, proliferan las organizaciones de víctimas que tratan de hacer frente a la muerte violenta, hay reclamos, quejas hacia funcionarios y firmas, marchas del silencio y protestas enfurecidas, pero en líneas generales se acepta la muerte tragica como algo natural, integrada a la vida diaria.
Este permiso de morir violentamente revela que un vacío de cuidado, una ausencia de afecto y de contacto humano lo anda cubriendo todo.
A esto hemos llegado. Esto somos. Personas que de a ratos podemos ser solidarios pero a nivel de condición de vida se ha perdido lo que debería ser lo usual y corriente: preguntarle al vecino cómo está.
Publicado en Recoleta Profesional Nº 12, julio 2006.