Mutismo o descontrol. Hay descontrol en la cancha y en el viaje de egresados, en la fiestita infantil, de quince y en festejos de fin de año; en el baile, en el restaurante y en la manifestación; en la legislatura y en la escuela; en vacaciones y en el trabajo; en la calle y en la casa.
Descontrol hacia uno y hacia otros.
Descontrol. En el juego, en el gasto, en el consumo, en los ruidos, en los horarios, en el tono de la voz, en la velocidad y en el esfuerzo.
Descontrol. En la pareja, con los hijos, con los mayores.
Descontrol. En las palabras proferidas, en la comida ingerida.
Mientras el aturdimiento, que incluye otro descontrol, invade un espacio, -el espacio común-, se perfila más difícil hablar, decir lo que se piensa o siente, encontrar interlocutores, un código común. Se silencian gritos de dolor, pedidos de ayuda o declaraciones de amor. Predominan los malentendidos. Se resienten los vínculos, la comunicación, la salud. El descontrol destruye toda convivencia, arruina familias enteras. Por descontrol se enferma la gente o se mata. El descontrol deteriora la calidad de vida y atrae peligros. Anula lo que tiene de exquisito el ser humano: la palabra. Arruina paseos y elimina al buen humor. Borra de un plumazo cualquier alegría.
Tener control o dominio –límites- sobre si mismo equivale y promueve al respeto, y el límite, hacia los demás. Condición sine qua non para una convivencia armónica.
Publicado en Recoleta Profesional Nº 10, diciembre 2005.